Parras
de 200 años
Nadie
sabe por qué cuando se creó la Denominación de Origen Rías Baixas en 1988, la
Península del Morrazo, con su patrimonio vitícola y una cultura única en torno
suyo, quedó fuera de ese mapa; había una revolución en ciernes y mucho dinero
detrás.
Con
apenas 140 km2, es el hábitat de variedades autóctonas descendientes de una
estirpe ancestral, la Caíño Bravo, con la cual la Tinta Femia tiene grado
directo de parentesco (El potencial aromático de las variedades de vid
cultivadas en Galicia; ed Xunta de Galicia; pag. 27, 28, 29). Se trabajan de
tiempo inmemorial en parras bajitas de no más de 60 cm de altura sostenidas por
pilotes de granito, muchas de ellas al borde del mar. Las viñas de arena
conforman un paisaje conmovedor; hay muchas, no se sabe cuántas, porque el
abandono no para y se pierden fundiéndose en el verdor del paisaje. Dinamizan
una economía local que alcanza para completar una jubilación. Pero el valor
social que genera esta actividad es incalculable. La Tinta Femia es hoy la
razón de vivir de unos hombres –jóvenes de entre 60 y 80 años– jubilados del
mar y sus mujeres. Lo que les separa del olvido propio y del ajeno, que es otra
forma del abandono.